lunes, 23 de enero de 2012

Existen dos personajes aquí: un hombre que está en un juicio y la verdad, personificada por una mujer. La verdad está dentro de la mente del hombre que es representada por una ciudad. Hice esta historia basándome en un cuadro "La verdad sale del pozo" de Edouard Cebat-Ponsan:










Mientras el acusado entraba en la sala en la que se decidiría su sentencia, ella vagaba por las calles de una sombría ciudad. Llegó hasta la plaza mayor, que estaba vacía de vida. Ya nada quedaba de las risas de los niños en los días de mercado, o de los convincentes vendedores dando gritos promocionando sus productos. Las calles tampoco mostraban un aspecto mejor. Eran oscuras y desoladoras. A aquellas alturas nadie pensaría que la ciudad había vivido tiempos mejores.

Lejos de allí, en el juicio, el hombre cuchicheaba con el abogado que tenía su defensa preparada. El juicio iba a ser difícil pero aquel abogado era el mejor de los de su oficio. Confiado, el acusado se sentó donde correspondía y esperó a que el juez diera por comenzada la sesión.

Las horas pasaban y a ella se le hacían eternas. No paraba de andar tratando de encontrar algo que la hiciera escapar de allí. Pero no veía nada. Tan solo casas abandonadas a su alrededor. De pintura gastada y puertas y ventanas viejas, al borde del derrumbamiento por la falta de cuidado con el paso de los años. Nada cambiaba en la ciudad desierta. Ni el viento corría ni el sol brillaba, reinaba una ausencia desgarradora.

Sin embargo, en el juicio, el fiscal había terminado su acusación dejándole paso al abogado que empezó una convincente versión de los hechos que haría que todos los presentes cambiaran su opinión con respecto a el acusado.

En la ciudad, ella seguía andando hasta que por fin hubo algo que le llamó la atención. No porque fuera diferente, ni colorido, ni porque desentonara. De echo, parecía que había estado en aquel lugar durante siglos. Era un pozo, uno muy viejo y desgastado, acorde con el paisaje. Pero había algo que le llamaba la atención aunque no sabría describir con exactitud qué fue. Miró adentro y descubrió que podía ver agua en el fondo, se inclinó un poco más y llegó a vislumbrar un débil rumor en el agua que creció, convirtiéndose en una pantalla donde imágenes y sonidos se confundían. Al principio las imágenes eran confusas pero poco a poco fueron haciéndose más exactas y precisas hasta que pudo apreciar la escena. En ella aparecía un hombre cometiendo un crimen atroz. Levantaba el cuchillo contra otro, de estatura más pequeña pero de complexión más fuerte. Tras un forcejeo el hombre de mayor estatura le asestó una cuchillada a su enemigo en el pecho. Fue entonces cuando ella dejó de mirar, horrorizada, y levantó la cabeza dispuesta a contarle al mundo lo que había visto.

El acusado comenzó a sentir una inquietud en su interior que creció hasta convertirse en un ataque de pánico. Trató, inútilmente de tranquilizarse pero no pudo evitar que las palabras salieran de su boca.

Ella y el acusado gritaron al mismo tiempo:
-Fui yo!
-Fue él!
Todos los presentes en la sala miraron sorprendidos al acusado, al mismo hombre al que habían cogido simpatía durante la explicación del abogado.
Ella se sintió orgullosa de haberse dejado ver. De demostrar al mundo que existía. Y que poco a poco, a base de pequeñas rebeliones, conseguiría llegar a todos los rincones del mundo.

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